viernes, 22 de agosto de 2008

Mis reglas para leer

  • Leer es un esfuerzo. Es más fácil ver una película, o hacer clic en Internet.

  • No comprar libros. Cuando compras un libro lo almacenas, y cuando almacenas un libro, lo postergas.

  • No exigirme nada. Si me pongo un horario, una meta, un número de títulos, una cantidad de páginas, solo consigo una obligación para infringir.

  • Alternar las lecturas más ingratas con las que me gustan.

  • Estar al día. No es lo mismo leer un clásico que un libro recién salido del horno. Cada uno tiene su atractivo. Las novedades tienen el de abrir fuego.

  • Hay que leer a gente que habla de libros. Me motiva la envidia, quiero leer lo que otros han disfrutado.

  • Hablar de ello. Lo que leo es uno de mis temas de conversación. Escribir en un blog también me motiva.

martes, 19 de agosto de 2008

Hablar de política

(Aquí, el autor hubiera querido poner una página de puntos. «No será gracioso —le dijo el editor— y, tratándose de un escrito tan frívolo, no ser gracioso es como morir.»

—La política —prosigue el autor— es una piedra atada al cuello de la literatura y que, en menos de seis meses, la sumerge. La política, cuando existen intereses de imaginación, es un pistoletazo en medio de un concierto. Es un ruido desgarrador sin ser enérgico. No puede concertarse con ningún instrumento. La política que sigue ofenderá mortalmente a la mitad de los lectores y aburrirá a la otra, que ya la habrá leído en el periódico de la mañana en forma mucho más especial y enérgica...

—Si sus personajes no hablan de política —continúa el editor— no son franceses de 1830 y su libro ya no es un espejo, como usted pretende...)


En mitad de la narración, Stendhal intercala un paréntesis algo sarcástico.

Stendhal. "Rojo y negro".

domingo, 10 de agosto de 2008

Los hombres que no amaban a las mujeres

Me cuesta explicar que hay en este libro que me enganchó de tal manera a sus casi 700 páginas. No fui capaz de dejarlo hasta que lo devoré en poco tiempo. Todos los lectores buscamos lecturas compulsivas como el texto de Larssen. Los que aspiramos a escribir, y todos los lectores somos escritorzuchos en potencia, soñamos con desentrañar los misterios que consiguen tal grado de mesmerización.

La novela tiene dos protagonistas. Son dos perdedores y eso hace que conectemos inmediatamente con ellos. Mikael Blomkvist dirige una revista y tiene que ir a la carcel por un artículo difamatorio. Ha perdido un juicio contra un hombre poderoso, pero el artículo era verdadero. Ella es una excluida social. Debido a su conducta y al sobreprotector sistema sueco su cuenta corriente pasa bajo la supervisión de un tutor. Cuando su tutor muere, la sucede un hombre aprovechado que quiere utilizarla sexualmente.

El director de la revista recibe una oferta de trabajo un tanto extraña, un millonario propietario de un grupo industrial quiere que trabaje durante un año redactando la crónica familiar, lo cual es una tapadera para que investigue un suceso negro de esa crónica, la desaparición de su sobrina Harriet en 1966.

Puede que el secreto de una historia capaz de atrapar al lector de tal manera esté en los personajes, o puede que esté en ese universo nórdico de grandes causas de viviendas aisladas y de empresarios y dueños de revistas. Puede que se trate del lenguaje tan austero, tan lejano al melodrama y al exceso. O puede que sea todo un poco. Pero estas historias absorventes son también un problema. Una vez las acabas te pasas meses buscando un repuesto imposible. ¿Cuando van a traducir la segunda parte de la trilogía?

Una pega. Lisbeth Salander acaba siendo la protagonista de la historia, y sobre todo, la heroina. Ella tiene todos los atajos de un hacker sabelotodo, pero el mero desarrollo de la historia, conducía de un modo natural a que lo fuera él, no ella.

Stieg Larsson. "Los hombres que no amaban a las mujeres".