La investigación sobre estereotipos muestra no sólo que reaccionamos de manera distinta cuando tenemos un estereotipo sobre un determinado grupo de personas, sino también que las propias personas objeto de dicho estereotipo reaccionan de forma diferente cuando son conscientes de la etiqueta que se ven obligadas a llevar (en la jerga psicológica se dice que están «predispuestas» por dicha etiqueta). Así, por ejemplo, un estereotipo sobre los asiático-americanos es el de que éstos se hallan especialmente dotados para las matemáticas y las ciencias. Y un estereotipo común sobre las mujeres es el de que son malas en matemáticas. Eso significa que las mujeres asiático-americanas podrían verse influenciadas por ambas nociones.
Y de hecho, eso es precisamente lo que ocurre. En un remarcable experimento, Margaret Shin, Todd Pittinsky y Nalini Ambady pidieron a varias mujeres asiático-americanas que realizaran un examen de matemáticas objetivo. Pero primero dividieron a dichas mujeres en dos grupos. A las de uno de los dos grupos se les planteó una serie de preguntas relacionadas con su sexo. Por ejemplo, se les preguntó por sus preferencias con respecto a las residencias mixtas, predisponiendo así sus pensamientos hacia las cuestiones relacionadas con su sexo. A las mujeres del segundo grupo, en cambio, se les formularon preguntas relacionadas con su raza. Se trataba de preguntas sobre las lenguas que conocían, las que hablaban en casa y la historia de su familia desde su llegada a Estados Unidos, predisponiendo de ese modo sus pensamientos hacia las cuestiones relacionadas con su raza.
El rendimiento de ambos grupos en el examen difirió de forma tal que concordaba con los estereotipos tanto sobre las mujeres como sobre los asiático-americanos. Las mujeres a las que se había recordado su condición femenina obtuvieron peores resultados que aquellas a las que se había recordado su condición de asiático-americanas. Estos resultados muestran que incluso nuestro propio comportamiento puede verse influenciado por nuestros estereotipos, y que la activación de dichos estereotipos puede depender de nuestro actual estado mental y de cómo nos veamos a nosotros mismos en ese momento.
Dan Ariely. “Las trampas del deseo”.
La investigación sobre estereotipos muestra no sólo que reaccionamos de manera distinta cuando tenemos un estereotipo sobre un determinado grupo de personas, sino también que las propias personas objeto de dicho estereotipo reaccionan de forma diferente cuando son conscientes de la etiqueta que se ven obligadas a llevar (en la jerga psicológica se dice que están «predispuestas» por dicha etiqueta). Así, por ejemplo, un estereotipo sobre los asiático-americanos es el de que éstos se hallan especialmente dotados para las matemáticas y las ciencias. Y un estereotipo común sobre las mujeres es el de que son malas en matemáticas. Eso significa que las mujeres asiático-americanas podrían verse influenciadas por ambas nociones.



Lo peor de haber convertido a Hitler en el único Satán de nuestro siglo es que la mayoría cree que ya no le hace falta conocerlo. Nos basta con no parecernos a él. Kershaw se ha dedicado a estudiar los hechos a fondo.
El dinero puede motivarnos de manera inmediata, pero las normas sociales son las fuerzas que pueden marcar la diferencia a largo plazo. En lugar de centrar la atención de los profesores, los padres y los alumnos en las notas, los salarios y la competencia, quizá fuera mejor infundir en todos nosotros el sentimiento de tener un objetivo, una misión, y el orgullo por la enseñanza. Para hacer eso está claro que no podemos tomar la senda de las normas mercantiles. Los Beatles proclamaron hace ya tiempo que «No puedes comprarme amor», y eso se aplica también al amor por la enseñanza: no se puede comprar, y si uno lo intenta, puede que acabe por ahuyentarlo.
En uno de los institutos en los que trabajé, un profesor defendía a capa y espada que si sus alumnos tenían derecho a reírse en sus clases el tenía derecho a hacer lo mismo. ¿Acaso no somos iguales? Le respondí que los chicos no cobran miles de euros al mes por estar allí, pero no le importó mucho el razonamiento. Los profesores tienen la sartén por el mango.