
Desde las 1001 Noches de Shahrazad hasta los Three impostors de Machen, abundan las ficciones en las que un cuento sirve de marco general a otros cuentos; Chesterton aprovecha esa metáfora para escribir que Chaucer fue el inventor de una galería, donde los marcos suelen superar a los cuadros. En cada uno de los Canterbury Tales, debemos considerar dos valores: el valor narrativo de la fábula; el valor dramático de atribuirla a determinado interlocutor. Para este apólogo moral de los tres libertinos que salen a buscar a la Muerte pero a quienes encuentra la Muerte, Chaucer, con admirable adecuación, elige un canalla. Un canalla elocuente, versado en la historia sagrada y en la profana, un hombre que parece contar con la aprobación del autor hasta que, despachado su apólogo, un tabernero le descarga esta ira:
But by the croys which that seint Eleyne fond,
I wolde I hadde thy coillons in myn hond...
Naturalmente, trascribir tales versos es más fácil que traducirlos; Gannon ha preferido atenuarlos. Ha comprendido que Chaucer es, ante todo, un narrador. Le ha hecho el honor de sacrificar deliberadamente el sabor antiguo -ese regalo involuntario del tiempo- a la fiel traducción de cada párrafo (no de cada palabra) y de cada rasgo psicológico. Intercala, a veces, un epíteto afortunado. Así transforma:
This cokes, how they stampe, and strayne, and grinde,
And turnen substance in-to accident.
en «¡Cómo los cocineros deben batir, colar y majar, a fin de transformar la substancia en deleitoso accidente!»
Jorge Luis Borges.
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