El estado consciente es la evolución última y más tardía de la vida orgánica y por consiguiente lo que ésta tiene de más inacabado y precario. Del estado consciente se derivan innumerables errores, que hacen que un animal, un hombre, sucumba antes de tiempo «pasando por alto el destino» según la expresión de Homero. Si no fuese el conjunto conservador de los instintos tanto más fuerte y, en su totalidad no sirviera como regulador, la humanidad sucumbiría a sus juicios equivocados y su soñar con los ojos abiertos, a su ligereza, a su superficialidad ya su credulidad, en una palabra, a su estado consciente: o mejor dicho, y sin eso ésta no existiría desde hace tiempo! Hasta que una función, no está plenamente desarrollada y madura, es un peligro para el organismo: ¡conviene que hasta tanto sea tiranizada con rigor! De modo que el estado consciente es tiranizado con rigor —y no en poca medida por el orgullo puesto en ella. ¡Se cree que aquí se encuentra el núcleo del hombre; lo que hay en él de perdurable, eterno, último, de más original! ¡Si toma el estado consciente como una capacidad fija y dada! ¡Se niega su crecimiento, sus intermitencias! ¡Se le considera como la «unidad del organismo»! Esta ridícula sobreestimación y desconocimiento de la conciencia ha surtido el efecto utilísimo de haber impedido un desarrollo demasiado rápido de la misma. Porque los hombres creían que ya poseían el estado consciente no se han esforzado mayormente por adquirirlo ¡Y así es aún hoy día! Es todavía tarea novísima y únicamente ahora perceptible por el ojo humano, apenas reconocible, la de incorporarse el saber y volverlo instintivo, —tarea que sólo perciben los que hayan comprendido que hasta ahora han estado incorporados únicamente nuestros errores y que todo nuestro ido consciente se refiere a errores.
Friedrich Nietzsche. La gaya ciencia