martes, 30 de septiembre de 2008

El efecto de los estereotipos

La investigación sobre estereotipos muestra no sólo que reaccionamos de manera distinta cuando tenemos un estereotipo sobre un determinado grupo de personas, sino también que las propias personas objeto de dicho estereotipo reaccionan de forma diferente cuando son conscientes de la etiqueta que se ven obligadas a llevar (en la jerga psicológica se dice que están «predispuestas» por dicha etiqueta). Así, por ejemplo, un estereotipo sobre los asiático-americanos es el de que éstos se hallan especialmente dotados para las matemáticas y las ciencias. Y un estereotipo común sobre las mujeres es el de que son malas en matemáticas. Eso significa que las mujeres asiático-americanas podrían verse influenciadas por ambas nociones.

Y de hecho, eso es precisamente lo que ocurre. En un remarcable experimento, Margaret Shin, Todd Pittinsky y Nalini Ambady pidieron a varias mujeres asiático-americanas que realizaran un examen de matemáticas objetivo. Pero primero dividieron a dichas mujeres en dos grupos. A las de uno de los dos grupos se les planteó una serie de preguntas relacionadas con su sexo. Por ejemplo, se les preguntó por sus preferencias con respecto a las residencias mixtas, predisponiendo así sus pensamientos hacia las cuestiones relacionadas con su sexo. A las mujeres del segundo grupo, en cambio, se les formularon preguntas relacionadas con su raza. Se trataba de preguntas sobre las lenguas que conocían, las que hablaban en casa y la historia de su familia desde su llegada a Estados Unidos, predisponiendo de ese modo sus pensamientos hacia las cuestiones relacionadas con su raza.

El rendimiento de ambos grupos en el examen difirió de forma tal que concordaba con los estereotipos tanto sobre las mujeres como sobre los asiático-americanos. Las mujeres a las que se había recordado su condición femenina obtuvieron peores resultados que aquellas a las que se había recordado su condición de asiático-americanas. Estos resultados muestran que incluso nuestro propio comportamiento puede verse influenciado por nuestros estereotipos, y que la activación de dichos estereotipos puede depender de nuestro actual estado mental y de cómo nos veamos a nosotros mismos en ese momento.

Dan Ariely. “Las trampas del deseo”.

Jeff Stahler

domingo, 21 de septiembre de 2008

Crisis



Si de algo ha servido la debacle de los últimos días ha sido para reunir argumentos contra los liberales. A los que creíamos, o apostábamos por ese modelo nos toca hacer examen de conciencia y propósito de enmienda. El mercado no es perfecto, y, por lo que se ve, ni siquiera válido.

Pero conviene leer a los economistas de siempre, como Laborda y seguir prestando atención a las cosas pequeñas como la inflación. Porque los vientos del huracán que barre Wall Street aquí tardarán meses en llegar. Y porque cuando lleguen, a algunos países nos cogerá mucho peor preparados que a otros.

A España puede que le hagan más daño a causa de otros problemas que arrastra de largo, como la falta de competitividad. El gráfico muestra como aquí pagan más impuestos que nuestros vecinos los fabricantes y menos impuestos los compradores. Nuestra fiscalidad favorece el consumo y penaliza la producción.

Hay otros datos que también nos dicen que España no está bien situada para atraer inversión productiva. Nuestra estructura fiscal no se parece en nada a la de los países con mejores resultados. Como se ve en los gráficos inferiores, el tipo del impuesto de sociedades español es mucho más alto que los de los países nórdicos y del centro de Europa (igual que las cotizaciones sociales), mientras que el IVA es mucho más bajo. Todos estos países financian su Estado de Bienestar (que, respecto a los países nórdicos, es mucho más potente que el nuestro) de otra manera que nosotros, de tal forma que los costes de producción de sus empresas son menores y su rentabilidad, mayor. Con ellos no podemos competir; con Alemania, tampoco, por nuestra baja productividad; con China... ¿A qué nos vamos a dedicar? ¿A construir viviendas de nuevo? Como se ve, se pueden y se deben hacer reformas que traigan ese deseado cambio en el modelo de crecimiento.
Ángel Laborda. El país. Domingo, 21 de septiembre de 2008.
Foto: "Américan Madness" (La locura del Dollar, Frank Capra 1932)

También hoy, en El País:
Paul Krugman: "El fin del juego de la crisis"
Kenneth Rogoff: "El reto de los bancos centrales".
Ramón Jáuregui: "Señores, seamos más serios"
Joseph Stiglitz: "La crisis de Wall Street es para el mercado lo que la caída del muro de Berlín fue para el comunismo"

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Modelos

Subyace a la crisis actual una situación nueva, inducida por dos factores: la evolución de los precios de las materias primas, sobre todo energéticas, que han trasladado masivamente el capital a los países productores y a los que han mostrado capacidad de generar riqueza y ahorro como nuevas potencias emergentes (China o la India). El llamado Occidente desarrollado tiene que pagar en el futuro lo que ha gastado ya, en tanto que las zonas productoras de energía y los grandes emergentes han ahorrado lo que podrán gastar o invertir en ese mismo futuro.
Si alguien se opuso al binomio triunfante de Thatcher Reagan y su ideólogo Friedman, ese fue Felipe González. Los años que siguieron parecían darle la razón a los primeros porque no habíamos vivido un periodo tan largo de crecimiento. Pero cuando el edificio se derrumba, González exclama "Ya os lo había dicho yo". Dice hoy, en EL PAÍS que el mercado se mira en un espejo porque no puede mirarse en un comunismo derrotado:
De broma, pero en serio, podríamos decir que el capitalismo no se contrapone al comunismo, por extinción de éste, sino que se mira en su propio espejo y constata que la imagen que le devuelve es fea y fuera de control.
Pero entonces, ¿qué otro modelo queda?
Cargada de paradojas y plena de contradicciones la situación en que nos encontramos, pasamos de pedir a los responsables políticos que no interfieran, que no regulen, que dejen libertad a los mercados, a reclamar que arreglen los desaguisados a los que den lugar, incluso cuando la crisis, por sus causas y consecuencias, está más allá de sus competencias y capacidades locales-nacionales.

Felipe González. "El capitalismo en el espejo".

Como se convence a un pueblo

Lo peor de haber convertido a Hitler en el único Satán de nuestro siglo es que la mayoría cree que ya no le hace falta conocerlo. Nos basta con no parecernos a él. Kershaw se ha dedicado a estudiar los hechos a fondo.
El desprecio de Hitler por los asuntos teóricos, junto a su percepción de los límites de la doctrina ideológica a la hora de ganarse a las masas, quedó claro en un discurso pronunciado en privado en 1926, ante el selecto público del Hamburger Nationalklub. «Sobre todo», manifestó, «uno tiene que desechar la idea de que se puede satisfacer a las masas con conceptos ideológicos. La comprensión constituye una plataforma poco firme para las masas. La única emoción estable es el odio».
Ian Kershaw. "Adolf Hitler"

viernes, 12 de septiembre de 2008

Mercantilismo

El dinero puede motivarnos de manera inmediata, pero las normas sociales son las fuerzas que pueden marcar la diferencia a largo plazo. En lugar de centrar la atención de los profesores, los padres y los alumnos en las notas, los salarios y la competencia, quizá fuera mejor infundir en todos nosotros el sentimiento de tener un objetivo, una misión, y el orgullo por la enseñanza. Para hacer eso está claro que no podemos tomar la senda de las normas mercantiles. Los Beatles proclamaron hace ya tiempo que «No puedes comprarme amor», y eso se aplica también al amor por la enseñanza: no se puede comprar, y si uno lo intenta, puede que acabe por ahuyentarlo.

¿Qué se puede hacer, pues, para mejorar el sistema educativo? Probablemente deberíamos empezar por reexaminar el currículo escolar y vincularlo de una forma más obvia a los objetivos sociales (la lucha contra la pobreza y la delincuencia, la mejora de los derechos humanos, etc.), tecnológicos (fomentar la conservación energética, la exploración espacial, la nanotecnología, etc.) y sanitarios (curas para el cáncer, la diabetes, la obesidad, etc.) que nos preocupan en la sociedad actual. De ese modo los estudiantes, profesores y padres podrían ver la importancia de la enseñanza y sentirse más entusiastas y motivados ante ésta. Habría que esforzarse más también en tratar de convertir la enseñanza en un objetivo en sí misma, y dejar de confundir el número de horas que pasan los estudiantes en la escuela con la calidad de la educación que reciben. Hay muchas cosas que pueden entusiasmar a los chicos -el baloncesto, por ejemplo-, y nuestro reto como sociedad consiste en lograr que deseen saber tantas cosas sobre los premios Nobel como hoy saben sobre los jugadores de baloncesto. No estoy sugiriendo que generar una pasión social por la enseñanza sea una tarea sencilla; pero si lo logramos, el valor obtenido puede ser inmenso.

Dan Ariely. “Las trampas del deseo

jueves, 11 de septiembre de 2008

Trincheras

Así tenemos a los alumnos que aparecen en clase, con una impuntualidad británica, quince minutos después de que ésta comience sin que semejante burla y tal desprecio por el trabajo del profesor, de sus compañeros y por el suyo propio parezca producir en ellos el menor escrúpulo o rubor; los mismos que sólo por equivocación y bajo amenaza de muerte hacen los deberes o entregan trabajos una o dos semanas después de la fecha designada como límite, reprochándole al profesor que llegue cinco minutos tarde a clase o que no tenga los exámenes corregidos para el día siguiente de haberlos realizado. Erigidos en guías éticos, en fuente de enseñanzas morales tres minutos antes de insultar a un compañero o contestar a voces al profesor con un tono y unas expresiones que avergonzarían a no pocos delincuentes comunes, juzgan la conducta del profesor con una severidad digna de profetas, como si por ella se vieran afectados irreversiblemente en su progreso académico y personal, ese que parece no importarles lo más mínimo cuando es su propia conducta la juzgada y su formación la que está en juego.

En uno de los institutos en los que trabajé, un profesor defendía a capa y espada que si sus alumnos tenían derecho a reírse en sus clases el tenía derecho a hacer lo mismo. ¿Acaso no somos iguales? Le respondí que los chicos no cobran miles de euros al mes por estar allí, pero no le importó mucho el razonamiento. Los profesores tienen la sartén por el mango.

No somos los maestros de escuela de antaño que pasaban hambre y robaban el bocadillo a los pupilos. Ni siquiera somos el cuerpo honrado que hacía su trabajo por vocación. Hoy día somos un grupo corporativo más.

Con el eslogan invariable de “mejorar la calidad de la enseñanza”, los funcionarios, los profesores han ido consiguiendo concesión tras concesión. Reducciones de horario, de responsabilidad, de cumplimiento, de obligaciones. Algunos compañeros se niegan a que se hagan pruebas de nivel a sus alumnos. ¿Conocen algún otro trabajo en el que el trabajador se niegue a dar cuenta de lo que ha hecho durante un año?

Los niños son testigos de una de las grandes injusticias del siglo XXI. Mientras sus padres tienen que hacer horas extra sin paga para seguir en empleos inestables, aquellos encargados de educarles protestan día y noche por sus condiciones de trabajo desde sus altares de oro. No es de extrañar que muchos profesores vivan la situación desde una trinchera como Sánchez Tortosa. Significa que son conscientes de que hay una guerra a muerte entre dos clases sociales. La de los que tienen todo sin dar nada a cambio y la de los hijos de los que los que tienen que pelearse por cada hogaza de pan. Lo que creo que Sánchez Tortosa no ve con tanta claridad, es en qué bando está él.

José Sánchez Tortosa. "El profesor en la trinchera".

martes, 2 de septiembre de 2008

El cantamañanas

Voy a leer la prensa en la biblioteca del barrio, como cada mañana y no puedo sentarme. Un perfecto desgraciado está hablando en voz alta.

“La culpa del accidente de Barajas la tiene el PP”.

Me levanto y me voy a otra sala. Desde allí escucho la voz del loco al que nadie responde. Los encargados deberían decirle algo.

Y cuando vuelvo ha cambiado de tema.

“Porque Zapatero es subnormal,” dice.

¿Es un loco incoherente? Un loco que cambia de dirección según el viento. Si alguien lo escucha de verdad siente que no. Siente que su discurso está, de principio a fin, en el mismo lugar. Empezó hablando del ansia que tiene de ponerse a discutir con cualquier desconocido. Y cuando descubrió que nadie le respondía llegó a la conclusión de que todos los lectores de periódicos eran del PP. Entonces siguió hablando del ansia que tiene por discutir con cualquier desconocido.