domingo, 16 de septiembre de 2018

Sucedió una noche. De Frank Capra

Un periodista recién despedido de su diario en la América de la crisis de los años treinta, descubre a una millonaria que huye del férreo control de su padre para reunirse con un amante. El periodista le ofrece ayuda a cambio de una exclusiva para su periódico.

Él desprecia sus modales de señorita y la vida regalada que ha vivido, y le da lecciones sobre la vida, unas veces acertadas, y otras ridículas, pero siempre llenas de ternura, que irán ganando el corazón de la heredera.

En los moteles que visitan deben ahorrar el poco dinero que les queda con habitaciones dobles, así que él construye un muro simbólico con una cuerda y una manta que llama “Las murallas de Jericó”. Capra construye en todas sus películas metáforas y mentiras que son más bellas que la realidad, y, también, más fuertes en un plano narrativo.

Peter (Clark Gable), es un héroe que teje un universo de historias para su protegida de lujo. Es, también, un héroe contenido. Construye un muro de tela para defender la castidad que se vuelve inexpugnable. Reclama al padre su dinero que se reduce a unos dólares, en vez de exigir la recompensa. Es un hombre orgulloso no un aprovechado. Es un héroe para unos tiempos de crisis económica. Un modelo que enseña a todos a vivir con pocos medios y mucha imaginación y a pedir muy poco. Un héroe que exhibe como su gran activo, su capacidad de ponerse límites a sí mismo.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Elegía. De Phillip Roth

La muerte de un publicista nos muestra lo duro que es el anonimato que tiñe la muerte. El libro se adentra en esa sombra que no podemos compadecer.

Roth se recorre la infancia y la vida de su personaje, un muerto de tantos, a través de sus visitas al hospital. La hernia, el apendicitis, los bypases. En la residencia donde se retira, enseña pintura:
«Todos menos dos eran mayores que él, y aunque se reunían cada semana en un ambiente de alegre camaradería, la conversación giraba invariablemente en torno a la salud y la enfermedad, ya que para entonces sus biografías personales se habían vuelto idénticas a sus historiales médicos y el intercambio de datos clínicos desplazaba prácticamente a todo lo demás.»

De la narración de su historial quirúrgico pasa a su vida sentimental. De sus tres matrimonios tiene tres hijos. Nancy, la hija del segundo, es su consuelo. Los dos varones del primer matrimonio son su cita con los jueces implacables que le invitan a juzgarse, a dejar de comprenderse y de aceptarse:
«Ya no buscaba el afecto de los hijos habidos de su primer matrimonio; tanto ellos como su madre sostenían que nunca había hecho lo correcto, y ofrecer resistencia a la constante reiteración de esas acusaciones y a la versión que daban sus hijos de la historia familiar requeriría un grado de combatividad que había desaparecido de su arsenal. La combatividad había sido sustituida por una enorme tristeza.»

«Ya eran cuarentones, pero con respecto a su padre seguían siendo los niños que eran cuando él abandonó a su madre, unos hijos que por su naturaleza no podían comprender que la conducta humana pudiera tener más de una explicación, unos niños, sin embargo, con el aspecto y la agresividad de hombres, y contra cuya labor de zapa él nunca podía mantener una sólida defensa. Habían elegido hacer sufrir al padre ausente, así que él sufría, invistiéndoles con ese poder. Padecer por haber obrado mal era todo lo que jamás podría hacer por complacerles, pagar su factura, tolerar como el mejor de los padres su exasperante.»

En su recorrido llega al hermano. Poco a poco ha ido creando un resentimiento. Procede de la envidia. El hermano es feliz en su matrimonio, y no tiene problemas de salud. Así avanza Roth en su narración, quitando capas de hipocresía a todo lo que dice, desnudándose más y más sin que nos demos cuenta, hasta quedar como un cristal sin distorsiones.

Una de las alumnas de su curso de pintura llama la atención por sus colores. Él no consigue animarla. Nada tiene sentido y elige el suicidio. Esa opción es una de las que baraja el protagonista, no es ni peor ni mejor que las otras. La segunda esposa sufre una apoplejía. Antes de entrar en el quirófano, llama a tres amigos de la agencia. Todos están muy enfermos. Roth nos enseña que nada queda ante la muerte.
«El intento de pasar algo más de tiempo en compañía de los residentes de Starfish Beach también era insoportable. Al contrario que él, muchos no solo eran capaces de sostener conversaciones enteras que giraban en torno a sus nietos, sino de encontrar razón suficiente para vivir a través de las vidas de sus nietos.»

Igual que un científico implacable, Roth busca algo a que aferrarse, algo que dé sentido al final de la existencia. Y no encuentra ninguna respuesta fácil.

La tertulia

¿Es el protagonista un hombre egoísta? ¿Es un hombre con problemas psicológicos? ¿Es un mujeriego incorregible? ¿Es un inmaduro?

Roth no eligió el título de Everyman por casualidad. Quiso contar una historia del final de la vida de un hombre que podía ser cualquiera, cualquier lector. Lo acompañó de defectos, de incongruencias, como puede tenerlas cualquiera.

A veces lamento que vivamos rodeados de literatura positiva y de decálogos para ser felices. Vivimos en un mundo tan lleno de recetas que cuando un ser humano abre su corazón y nos muestra lo dolorosa que puede ser la soledad en la senectud, le damos una pastilla, o una fórmula.

Roth nos invita a caminar de la mano de un ser humano al que no pone ningún nombre, porque es cualquiera de nosotros. Leer la novela como la historia de un fracasado es el camino más rápido para no preocuparnos por él, para cerrar la tapa del libro y olvidarlo. Leer una gran novela como la de Roth como si fuera un libro de autoayuda es una de las muchas posibilidades que nos brinda la lectura para no escuchar.

Si el protagonista era narcisista, se mereció su final triste, pero Roth no cuenta esa historia. Cuenta una historia universal que atañe a cada uno de nosotros. La vejez puede ser una gran tragedia silenciosa. Y es bueno que alguien escriba sobre ella, y que muchos escuchemos, sin juzgar.

Enlaces:

Guadalupe Nettel. Letras Libres: Elegía es totalmente atípica en la bibliografía de su autor. El tono es mucho más reflexivo, serio y grave que nunca. El lector, acostumbrado a narradores como Kepesh o Zuckerman, no encontrará aquí la deliciosa ironía que caracteriza a la mayoría de los libros escritos por Philip Roth. A cambio, descubrirá una ternura nueva, una resignación dolorosa, una evocación de la infancia en familia que recuerda a las novelas de Isaac Bashevis Singer, aunque en lugar de Polonia estemos en los suburbios judíos de Nueva York.
[...] La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre” (p. 129)
[...] Se trata pues de una tragedia cotidiana, la más común de las catástrofes y sin embargo la más aterradora. Su violencia radica en que nos obliga a abrir los ojos y a sentir durante escasas pero perturbadoras 150 páginas, la conciencia de la muerte, esa llaga incurable que todos tenemos abierta. 

José Antonio Gurpegui. El cultural de El Mundo. En Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez ensayaba un modelo narrativo en que el suspense quedaba fulminado en los primeros compases y, sin embargo, la novela lograba conducirnos por los senderos de la ansiedad.