domingo, 16 de marzo de 2014

Dejar sin leer la moraleja


Platero y Yo

Capítulo ciento veinticinco. La fábula 

Desde niño, Platero, tuve un horror instintivo al apólogo, como a la iglesia, a la Guardia Civil, a los toreros y al acordeón. Los pobres animales, a fuerza de hablar tonterías por boca de los fabulistas, me parecían tan odiosos como en el silencio de las vitrinas hediondas de la clase de Historia Natural. Cada palabra que decían, digo, que decía un señor acatarrado, rasposo y amarillo, me parecía un ojo de cristal, Un alambre de ala, un soporte de rama falsa. Luego, cuando vi en los circos de Huelva y de Sevilla animales amaestrados, la fábula, que había quedado, como las planas y los premios, en el olvido de la escuela dejada, volvió a surgir como una pesadilla desagradable de mi adolescencia.

Hombre ya, Platero, un fabulista, Jean de La Fontaine, de quien tú me has oído tanto hablar y repetir, me reconcilió con los animales palantes; y un verso suyo, a veces, me parecía voz verdadera del grajo, de la paloma o de la cabra. Pero siempre dejaba sin leer la moraleja, ese rabo seco, esa ceniza, esa pluma caída del final.

Claro está, Platero, que tú no eres un burro en el sentido vulgar de la palabra, ni con arreglo a la definición del Diccionario de la Academia Española. Lo eres, sí, como yo lo sé y lo entiendo. Tú tienes tu idioma y no el mío, como no tengo yo el de la rosa ni ésta el del ruiseñor. Así, no temas que vaya yo nunca, como has podido pensar entre mis libros, a hacerte héroe charlatán de una fabulilla, trenzando tu expresión sonora con la de la zorra o el jilguero, para luego deducir, en letra cursiva, la moral fría y vana del apólogo. No, Platero...

Juan Ramón Jiménez

El utilitarismo y la ficción

Una madre sufre porque ha perdido a su hija y un hombre que lo ve se frota las manos, y no puede evitar dejar ver la alegría por entre las comisuras de sus labios.

La escena es válida para cualquier farsa caricaturesca de villanos. El malvado se alegra del dolor ajeno. ¿Pero es posible una escena como esta en el mundo real? Lo preguntaré más directamente. ¿Nadie ha sido víctima de una escena parecida?

Cuando uno está en un mal momento le sugiero que mire a su alrededor. Puede descubrir una comisura de labios difícil de creer. Hay gente cerca que ve como un triunfo la ruina de otro, y no siempre del enemigo. Y hay algo mucho peor que esa sonrisa. Si pudiéramos medir con un aparato nuestras alegrías más íntimas quizá nos avergonzara la emoción que ha producido muchos de los descalabros de nuestros vecinos.

La cuestión es ¿somos malos? Todo el mundo levantara la mano para decir que no porque piensa en el mal cometido de modo activo. Pero la maldad pasiva, la maldad de alegrarse del mal ajeno es casi peor en algunos casos.

Hoy me preguntaba un amigo sobre como iba con mis alumnos y le respondí vagamente. De alguna manera no me sorprendió el giro de la conversación ¿Y no te parece que habría menos problemas si no tuvieran tantos derechos? Me di cuenta que mi experiencia de esta semana con mis alumnos importaba menos que su utilidad como un ladrillo para construir una tesis. Los españoles habíamos ido demasiado lejos con las libertades. La conversación siguió sobre una amiga que no estaba demasiado bien en su país. La culpa, era de las leyes de ese país que él conocía, y del gobierno.

Entonces me di cuenta de una verdad sombría. Si el sistema educativo hubiera mejorado con las libertades y Latinoamérica fuera cada vez más próspera con los gobiernos que tiene, mi amigo no se alegraría. Pensé que una desgracia ajena puede ser una fuente de alegría si avala nuestras tesis. Te va mal porque no sigues mi consejo.

Es posible que todas las fábulas y todas las historias con moraleja traten de guiar a la gente en el caos que son las decisiones que hay que tomar en un mundo complejo. Pero también es cierto que la literatura que trata de aconsejar, la moralizadora, la útil, la que sirve al lector corre el serio peligro de ser perversa. La muerte de la cigarra conlleva una alegría y una distancia: tiene lo que se merecía.

No hay porque proscribir el látigo de la risa. Muchos sacarán provecho y lecciones siendo fustigados con él. Pero creo que hay una parcela inmaculada en el mundo de la ficción y del mito, la creación y las historias profundas de toda la vida que muchos percibimos de un modo casi indecible. Es una parcela donde el restallar de la razón, de la verdad utilitaria, del castigo y la recompensa burguesa suena como una obscenidad, como un sacrilegio. Es la parcela del arte.