martes, 27 de julio de 2004

Mitos griegos

El mundo de los mitos es apasionante. Sirven para todo, descubres porqué las cosas se llaman como se llaman y que el héroe de la película que tanto te gustó es la enésima repetición de Ulises, o de Heracles. También es triste descubrir que leemos una copia, y peor pensar como Bloom que leemos malas fotocopias y que cada refrito pierde calidad.



Empecé interesándome por ellos gracias a Vogler, que estudió mitología con Joseph Campbell y que han descubierto una forma de aplicar la mitología al arte de hacer guiones. La fórmula se llama “el viaje del héroe”, y creo que ya hablé de ello. Consiste en segmentar un guión en un número de fases hasta llegar a la victoria final, y en asignar a los personajes una función hasta completar casting. Es una fórmula muy práctica que quizá no sirva para entender porqué nos emociona el viaje del héroe, pero que explica a la perfección porqué todos los guiones de hollywood son el mismo.

Gracias a estas pesquisas y a la recomendación de una amiga, no he podido evitar llegar a las fuentes. Ando leyendo libros de mitología, y tengo que recomendar el de Robert Graves, porque es el que menos explica y el que más relata.

Los mitos griegos funcionan hoy día menos de lo que debieron funcionar en su momento. Parte de los mitos quieren explicar cosas a ignorantes, y se enfrentan con el problema de que el lector actual no es ignorante, no vale hablarle de la cigüeña o del ratoncito Pérez, como tampoco vale explicar que tal constelación la pusieron en nombre de tal o cual dios. A un nivel más profundo representan emociones. Todo el mundo conoce el mito de Narciso, le prohíben que mire su reflejo, pero él lo hace y se enamora de sí mismo. La historia sirve para ponerle nombre a una forma de ser, usted puede llamar Narciso a quien quiera y le entenderá. Yo imagino que en la antigüedad también era posible nombrar de ese modo al resto de los mitos.

Los mitos son muy peliculeros. Transmiten emociones muy parecidas a las de una película o una novela. Había héroes valientes y egoístas, y el público debía identificarse con aquellos periplos, generalmente salpicados de ocurrencias e ingenio, iguales a una buena película. Sólo cambia un detalle, que los hace poco digeribles, y que explica el hecho de que hollywood no se haya lanzado de lleno a convertirlos en celuloide: no responden a criterios morales; no ganan los débiles; los parricidas y los asesinos no pagan sus delitos. De algún modo, la atmósfera moral es inquietante. Ignoro si lo es de un modo absoluto o si simplemente no puedo ya dejar de lado la herencia de dos mil cuatro años de cristianismo.

Christopher Vogler. El viaje del escritor.
Robert Graves. Los mitos Griegos.

miércoles, 21 de julio de 2004

La novela y la historia

A Asimov se le escapa el novelista que lleva dentro siempre que quiere hacer historia. El novelista vive la realidad como una de las posibilidades de la existencia, las cosas son así pero podrían ser de otro modo, y ninguna posibilidad vale más que otra. Al historiador sólo le interesa una de esas posibilidades, la que fue, Asimov se lo pasa en grande imaginando todas las demás:

Si no se hubiera firmado El Tratado del esclavo fugitivo el sur hubiera tenido un número pequeño de fugados, pero el norte no se hubiera escandalizado tanto al ver como se llevaban de sus ciudades a los infelices esclavos.

Si a Taylor y a Polk no los hubiera visitado un matasanos de la época, los dos hubieran sobrevivido.

Si los ingleses le hubieran concedido a EEUU el estatuto de autonomía que luego ofrecieron a Canadá, no hubiera habido una secesión americana.

Si Buchanan no hubiera alentado en un discurso a los estados del sur estos no hubieran ido a la guerra. Pero un mes antes de dejar la presidencia que había ganado Lincoln, Buchanan dijo que La Unión no tenía derecho a impedir la secesión.

Si MacCleland no hubiera sido tan indeciso y precavido; si hubiera invadido de un golpe la capital confederada, Richmond, la guerra de secesión hubiera acabado en un año.

Puede que Asimov tenga razón y puede que exagere. Pero pensar en lo que podía haber ocurrido, aparte de divertir, no arregla nada.

Una de las batallas más sangrientas aparece representada al principio de la película “Cold mountain”. Falta poco para acabar la guerra, y los unionistas tienen cercados por el sur a los confederados.

El 30 de julio todo estaba listo. Después de algunos problemas con la mecha, la pólvora estalló, volando una batería de cañones confederados y varios cientos de hombres. Luego era necesario que las tropas de la Unión atacasen por la grieta de la línea confederada. Por supuesto, la explosión había formado un enorme cráter; 50 metros de largo, por 18 de ancho y 9 de profundidad; así, lo sensato habría sido enviar hombres a ambos lados del cráter, pues los sobrevivientes confederados cercanos al cráter estaban en una total confusión.

Pero Burnside, habiendo echado a perder el apoyo de la artillería, envió a sus hombres dentro del cráter. Mientras trataban de trepar por el reborde más alejado, los confederados se recuperaron y, al ver que había una masa de soldados inermes en un agujero, mataron a todos los que pudieron. El costo para la Unión fue de casi cuatro mil hombres.


Isaac Asimov. Los Estados Unidos desde 1816 hasta la Guerra Civil.