miércoles, 19 de mayo de 2010

Goles

Acertar con una novela no debería ser igual que acertar a la lotería. En la lotería un número gana, pero el anterior y el siguiente no se llevan nada. El placer de una novela es más duradero que una sola jugada. No puede ser que gane porque elige matar al protagonista en un renglón y no en el siguiente. No se puede acertar con un golpe de mano. Si no hay trabajo no me interesa. Una novela es mucho texto para regalarle la gloria al autor por un verbo transitivo.

En el cuento se puede aceptar la jugada, de hecho, en el micro relato parece que ése es el único camino. O metes gol o no sirve.

Digo esto porque no me gustan los goles de último segundo de los autores que juegan a invertir planos, realidad o autorías. No me interesan los juegos metaliterarios de Auster en Ciudad de Cristal. El protagonista se hace pasar por Auster, o sea, por el autor, e investiga un caso. El anciano al que sigue traza letras en el plano de Nueva York que coinciden con la disertación que el autor hace unos capítulos antes, sobre la Torre de Babel. No me interesan esos juegos. No me interesa saber cuantos conejos esconde el sombrero. No me quedo a leer ni una línea para averiguarlo.

Me interesa el texto, el deje, el detalle. Me interesa que usa cada personaje para dormir, o como se mueve. En ese plano, Auster sí me resulta interesante. Por eso sigo leyéndolo. Sus goles me dan un tanto igual.

Paul Auster. "City of Glass".

domingo, 16 de mayo de 2010

Nuevos cuentistas

Por fin cayó en mis manos la antología del cuento español de nuestro siglo. Participa en ella mucha gente que conozco. Dos han sido profesores míos de relato, Ferrando y García Antón. A Candeira lo conocí en Internet, en un blog de cuentos. Él hacía COU en aquellos tiempos y quedamos una tarde para tomar algo. De vista también conozco a Zapata y a Navarro.

Los cuentos me emocionan menos que el listado de autores y el haber participado en alguna de sus tertulias. Eran un gremio y tenían dejes de gremio; se quejaban de lo mal pagada que estaba la cultura, igual que una reunión de sastres podía discutir sobre demandas sindicales del sector textil. A todos los que conocí les unía otra cosa: un gran desprecio por la cultura de masas. Todos se sentían parte de una élite. Por mi parte, siempre deseé conocer a una élite de otro tipo, a una élite que se distinguiera por cuanto añadía a lo que yo sé más que por cuanto rechazaba de lo que a mi me gusta. Quiero decir con esto que la cultura que me interesa debería ser una suma, más que una resta.

Algunos de ellos tienen blog o web. Son aquellos posteriores a 1968, claro.
Jesús Ortega (1968).
Miguel Ángel Muñoz (1970)
Pilar Adón (1971) y su web.
Andrés Neuman (1977).
Lara Moreno (1978).
Daniel Gascón (1981).

miércoles, 12 de mayo de 2010

Mr Darcy

Darcy no es responsable del humor y el encanto imperecederos de la novela, pero sí de su reiterada y arrolladura capacidad para conmover. Elizabeth desecha sus prejuicios sin dificultad: todo lo que necesita es que le expongan claramente los hechos. En cambio, que Darcy pierda su orgullo exige un cambio radical, la diferencia entre su primera declaración amorosa («En vano he luchado») y la segunda («Eres demasiado generosa para jugar conmigo»). Arreglar el asunto de Lydia, además de costarle algún dinero, ha obligado a Darcy a bajar de su pedestal y verse envuelto en el caos que forman los miedos y los deseos desenfrenados, una zona en la que Jane Austen tiene miedo de perderse, aunque sólo sea con la imaginación. El capítulo final nos muestra el extraordinario espectáculo de ver que Darcy ofrece su mansión, y sus brazos abiertos, a los tíos de Elizabeth, que son comerciantes. Darcy, escribe Jane Austen, «llegó a cogerles verdadero afecto». Ésta es la mayor y más romántica extravagancia en toda la obra de la escritora: que un hombre como el señor Darcy pierda su orgullo, adquiera una nueva profundidad espiritual y se democratice gracias al amor.

Martín Amis. Atlantic Monthly, febrero de 1990. “La guerra contra el cliché”.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Aurora Boreal

Prefiero que los detectives no tengan el mismo hilo de pensamiento que sus narradores. Me gusta que no se encuentren al final, porque todos sabemos que son la misma persona. Me gusta que uno se sorprenda del otro. El redactor de nuestras vidas es siempre menos agradecido que el redactor de las novelas que leemos. Prefiero adivinar el final por razones lógicas, no psicológicas. De lo contrario sé que el narrador mira en una dirección porque ahí ha escondido al criminal.

Estoy intentándolo con la novela negra. Me gustan los pequeños relatos que hilvanan el relato mayor de "Aurora Boreal". La historia es la de un pastor sueco que es asesinado de un modo ceremonial. Le cortan las manos y le sacan los ojos después de muerto. Pero son los pequeños relatos sobre su amiga, las niñas, y los hombres, siempre accesorios, que aparecen, los que realmente me intrigan.

Asa Larsson. "Aurora Boreal".