martes, 7 de octubre de 2008

El cuento del buldero

A principios del siglo XIII, un mito lucrativo cundió por todas las naciones de Europa. Nadie ignora que los méritos de los santos vastamente superan lo requerido para su redención personal; los teólogos imaginaron que ese excedente había formado en el inconcebible Cielo un depósito, el llamado thesaurus meritorum; alguien propaló que las llaves estaban en manos del Papa; éste, para que ese depósito ideal fuera de algún provecho a la grey, toleró (y aun estableció) la venta de indulgencias. De las múltiples derivaciones de ese acto básteme citar dos: una, las noventa y cinco tesis que Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg; otra, este copioso cuento de Chaucer, cuyo narrador es un pardoner, un distribuidor de indulgencias.

Desde las 1001 Noches de Shahrazad hasta los Three impostors de Machen, abundan las ficciones en las que un cuento sirve de marco general a otros cuentos; Chesterton aprovecha esa metáfora para escribir que Chaucer fue el inventor de una galería, donde los marcos suelen superar a los cuadros. En cada uno de los Canterbury Tales, debemos considerar dos valores: el valor narrativo de la fábula; el valor dramático de atribuirla a determinado interlocutor. Para este apólogo moral de los tres libertinos que salen a buscar a la Muerte pero a quienes encuentra la Muerte, Chaucer, con admirable adecuación, elige un canalla. Un canalla elocuente, versado en la historia sagrada y en la profana, un hombre que parece contar con la aprobación del autor hasta que, despachado su apólogo, un tabernero le descarga esta ira:

But by the croys which that seint Eleyne fond,
I wolde I hadde thy coillons in myn hond...

Naturalmente, trascribir tales versos es más fácil que traducirlos; Gannon ha preferido atenuarlos. Ha comprendido que Chaucer es, ante todo, un narrador. Le ha hecho el honor de sacrificar deliberadamente el sabor antiguo -ese regalo involuntario del tiempo- a la fiel traducción de cada párrafo (no de cada palabra) y de cada rasgo psicológico. Intercala, a veces, un epíteto afortunado. Así transforma:

This cokes, how they stampe, and strayne, and grinde,
And turnen substance in-to accident.

en «¡Cómo los cocineros deben batir, colar y majar, a fin de transformar la substancia en deleitoso accidente!»

Jorge Luis Borges.

jueves, 2 de octubre de 2008

Zizek, Palin y la crisis



Unas gafas para leer entre líneas a McCain

Otras generaciones anteriores de mujeres dedicadas a la política (Golda Meir, Indira Gandhi, Margaret Thatcher, incluso hasta cierto punto Hillary Clinton) eran lo que suele llamarse mujeres "fálicas": actuaban como "damas de hierro" que imitaban y trataban de superar la autoridad masculina, ser "más hombres que los propios hombres". En un comentario reciente en Le Point, Jacques-Alain Miller destacaba que Sarah Palin, por el contrario, exhibe con orgullo su lado femenino y su maternidad. Ejerce un efecto "castrador" en sus oponentes masculinos, no porque sea más viril que ellos, sino porque emplea el arma femenina por excelencia, la degradación sarcástica de la autoridad masculina; sabe que la autoridad "fálica" del varón no es más que una pose, una apariencia que hay que explotar y ridiculizar. Recuerden cómo se burló de Obama llamándole "voluntario social", aprovechándose de que el aspecto físico del candidato presidencial demócrata tiene algo de estéril, con su piel negra pálida, sus rasgos delgados y sus grandes orejas.

[...]

Ahora bien, ¿ha sido verdaderamente la crisis financiera un momento aleccionador, el despertar de un sueño? Todo depende de cómo se simbolice, de qué interpretación ideológica o qué versión se imponga y determine la percepción general de la crisis. Cuando el curso normal de los acontecimientos sufre una interrupción traumática, se abre la puerta a una rivalidad ideológica discursiva; por ejemplo, en Alemania, a finales de los años veinte, Hitler ganó la disputa por la narración que iba a explicar a los alemanes las razones de la crisis de la República de Weimar y la forma de salir de ella (su argumento era la trama judía); en Francia, en 1940, fue la versión del mariscal Pétain la que dominó la explicación de los motivos de la derrota. Por consiguiente, para decirlo en viejos términos marxistas, la principal tarea de la ideología dominante en la crisis actual es imponer una versión que no responsabilice del colapso al sistema capitalista globalizado como tal, sino a sus distorsiones secundarias accidentales (normas legales demasiado relajadas, corrupción de las grandes instituciones financieras, etcétera).

Contra esta tendencia, hay que insistir en la pregunta fundamental: ¿qué defecto del sistema como tal permite la posibilidad de que se produzcan esas crisis y esos colapsos? Lo primero que hay que tener en cuenta es que el origen de la crisis es benévolo: después de que la burbuja digital estallara en los primeros años del milenio, todos los sectores tomaron la decisión de facilitar las inversiones inmobiliarias para mantener la economía en marcha y prevenir una recesión; la crisis de hoy es el precio que se paga por el hecho de que Estados Unidos evitara una recesión hace cinco años.

El peligro, por tanto, es que la narración predominante sobre la crisis sea una que, en vez de despertarnos de un sueño, nos permita seguir soñando. Entonces es cuando deberíamos preocuparnos; no sólo sobre las consecuencias económicas de la crisis, sino sobre la clara tentación de que, para que la economía siga funcionando, se le dé un nuevo ímpetu a la "guerra contra el terrorismo" y al intervencionismo internacional de Estados Unidos.

Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.