-En cuanto a Cicerón -dijo Cándido- ¿También le cansa su lectura?
-Jamás lo leo -respondió el veneciano-, ¿Qué puede importarme el ue haya abogado por Rabirius o por Cluencio? Ya tengo demasiado procesos que juzgar. Me hubiera acomodado mejor a sus obras filosóficas, pero cuando vi que dudaba de todo, saqué en conclusión que estaba en mis mismas condiciones y que para ser ignorante me podía perfectamente pasar sin la ayuda de un vecino.

No entiendo como se ha canonizado este libro. A mi sólo me enseña un par de lecciones que hay que evitar. La primera es que cualquiera no es novelista. Voltaire no consigue ningún tipo de credibilidad sobre lo que narra. No se trata sólo de que los hechos son excesivos, se trata, sobre todo de que no están compuestos. Un lector puede ofrecer su credulidad sobre un imposible cuando este es útil al entramado. Se trata también de que no reciben la atención necesaria. Voltaire inventa tribus americanas, condes europeos y sultanes asiáticos, pero no se detiene en ningúna creación más de una página. Se parece a Lucas cuando viaja por su galaxia inaudita dedicando un fotograma a cada criatura.
Voltaire. Cándido