sábado, 30 de agosto de 2003

Brihuega


Ninguna democracia occidental ayudó a la república durante la guerra civil. No fue un gesto de insolidaridad, simplemente, la guerra civil española no invitaba a tomar partido a ningún gobierno que se denominara demócrata. De un lado luchaba el totalitarismo fascista, la seducción de una sociedad organizada como un ejército como una jerarquía, del otro lado luchaba el totalitarismo comunista, la "justicia" (entrecomillada) a costa de la libertad y de los derechos individuales. La guerra civil española era el tablero de ajedrez donde combatían las dos grandes abstracciones inhumanas del siglo pasado, las dos ideologías. Daba igual quien ganara.

Pocos años después de la guerra, Cela inicia una carrera literaria de un valor indiscutido. En medio de las ruinas, su voz suena como un sonido fresco, preciso, necesario. ¿Qué hay en Cela que lo hace un autor imprescindible?

Creo que sin saberlo, Cela responde a los dos grandes engendros intelectuales de que hablaba. Los salvapatrias de la derecha y los salvadores de la izquierda, que han llegado a las manos y a las bayonetas han agotado todos los eslóganes y simplificaciones. Cela reacciona con una huida de ese mundo, de ese campo de batalla. El mundo de Cela no contiene ni una sola abstracción, es palpable, sensorial. Sus protagonistas son los perros que encuentra en la calle y los cromos que adornan las paredes de los mesones.

Al lado de la fonda, el viajero se encuentra con la puerta de la Cadena, por la que se mete en el pueblo. La puerta de la Cadena tiene una hornacina con una Purísima, y debajo una lápida de mármol blanco que dice: 1710-1910. La villa de Brihuega en el segundo centenario de su memorable bombardeo y asalto. Y más debajo todavía, otra lápida de piedra de la que sólo se entiende parte. El viajero copia las letras en un papel. Tarda bastante, porque a veces se equivoca. La gente le rodea. Al viajero le hace una ilusión tremenda que lo tomen por un erudito.
La lápida, poco más o menos, era así:



No está muy bien copiada, bien es cierto; pero tampoco falta ninguna letra, esa es la verdad. Casi todo está bastante claro, pero también hay algo, al final, que ya no lo está tanto, por lo menos para el viajero. En el penúltimo renglón, hacia la mitad, entre la T y la V, hay un agujero que debe ser un metrallazo.


Julio Vacas, es un vendedor de Brihuega. Es un hombre equivocado y pretencioso que pretende haber conocido al rey de Francia.

-¡Qué buen recuerdo guardo de don Luis!
-¿Se llamaba don Luis?
-Sí, señor: don Luis Capeto.
Después, con las manos en los bolsillos del pantalón y los hombros levantados, pregunta, mientras pasea.
-¿Sabe usted algo de lo que habrá sido de él?
-No, ni una palabra; yo me entero poco de lo que pasa en Francia.


La ironía, enseña Cela, es el único arma contra los tontos, no hace falta combatirlos en ningún otro campo.

Camilo José Cela. Viaje a la Alcarria