Matilde Asensi ha recurrido a un viaje por el pasado aimara de Bolivia para narrarnos lo que en realidad es un episodio más de los cinco de Enid Blyton.
Daniel Clifford, el hermano del protagonista es profesor de universidad, estudia aimara y cae presa de una maldición en esta lengua. Su hermano investiga la lengua y la historia de este pueblo. El aimara, al parecer es considerada por algunos la lengua primigenia, el origen de todas las lenguas. Su estructura tiene una lógica sorprendente. El protagonista, decide viajar a Bolivia para encontrar una solución que devuelva la salud mental a su hermano.
La enfermedad y la expedición son una excusa para divagar y entretener sobre la lengua aimara y el pasado de los pueblos precolombinos. Asensi ha aprendido de Pérez-Reverte que se pueden llenar quinientas páginas de novela a costa de documentarse en temas interesantes. Sin embargo sus resultados están muy por debajo del periodista por muchas razones. Pérez-Reverte no se cierra en un solo tema como ella hace con la lengua aimara y la cultura de los brujos yatiris. Él siempre elige la tercera persona que es una apuesta seria. Elige ser narrador y asume la responsabilidad omnisciente. Matilde Asensi habla en primera persona y ofrece toda su documentación en forma de conversaciones, charadas y chanzas, lo cual no la obliga a ser rigurosa ni tampoco al lector a apasionarse con la lectura. Pero sobre todo, los diferencia que Pérez-Reverte no se pondría a dar saltos de alegría por descubrir una página con google o una contraseña en los caracteres especiales del ASCII. Matilde asensi debería haber refrenado sus arrebatos infantiles cada vez que descubre donde la mamá escondía los pasteles.
Hay autores que saben contagiar la sensación de lo vivido aunque no estuvieron allí, pero no es el caso de Matilde Asensi que hace poco o nada creíbles sus ciudades milenarias y pirámides sacerdotales. Cada episodio deja demasiado al descubierto su carácter de juego y con ello su inverosimilitud. La frivolidad llega a su cenit cuando los personajes quieren hacernos creer que tienen conflictos o que riñen, parecen más bien una panda de repipis celebrando una fiesta de cumpleaños.
La idea de una lengua primigenia cuyos sonidos no son convenciones ni tampoco alusiones al objeto, sino propiedades del mismo no pertenece sólo al aimara. Los hebreos creían lo mismo, por eso dieron tanta importancia a la búsqueda del nombre verdadero de dios, del cual se encargaba la cábala.
Matilde Asensi. El origen perdido. Ed. Planeta. 558 páginas.