Tercer tema de debate de Dialbit
La justicia responde a la necesidad más íntima de todo ser humano, la necesidad de que exista un autor que ha escrito el guión de nuestras vidas.
Un hombre intenta ayudar a una anciana a cruzar la calle. Cuando llega al otro lado lo atropella un camión. Esta es una pésima historia para contar a cualquier persona, sin embargo, la probabilidad de recibir un premio por una buena acción es igual que la de salir mal parado. Al universo le importan poco nuestras vidas.
El cine antiguo era esencialmente creyente. Por eso, en el último momento siempre aparecía el séptimo de caballería. El cine actual es agnóstico, por eso los protagonistas no recurren ya a la policía, ni a la ley, ni al ejército, la única persona que puede detener al malvado es uno mismo, a menudo con sus puños.
La llamada televisión basura intenta rescatar para el espectador los últimos rescoldos del teísmo. Su móvil y su mando a distancia son el dedo de dios. Pero el dedo de los espectadores es a menudo menos moral que profiláctico.
Expulsados de todos los medios audiovisuales, los creyentes que aún quedan se refugian en la política, donde aún no es de mal gusto (todo llegará) tener buenas intenciones. Los agnósticos políticos presumen de no tener ideología, los creyentes votan a la izquierda. Todavía quedan las instituciones, los impuestos, las becas, las subvenciones, para amparar ese sueño que hace tiempo se vedó a la ficción, el de un mundo que no responde a las leyes de la probabilidad, sino a la recompensa. Un mundo donde el hombre que ayuda a cruzar la calle a una anciana se encuentra, al llegar a la otra acera, un boleto de lotería premiado; donde la cornisa que se desprende del tejado cae sobre el proxeneta y no sobre la cabeza del honrado padre de familia.
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