Antes de escribir “El canon occidental” Harold Bloom estudió los primeros libros de la biblia como obras literarias. Según él había dos autores y uno de ellos, al que se refirió como J. porque llamaba Jehová a Dios, no se toma en serio lo que contaba; era un literato de tomo y lomo. Lo que ocurre es que los lectores de la biblia, los doctores y los rabinos, han hecho de sus palabras una lectura dogmática.
Milan Kundera cuenta, en “Los testamentos traicionados”, que lo que más le cuesta transmitir a sus lectores es el humor. En “La despedida” se le ocurrió un chiste sobre un doctor que insemina a sus pacientes con su propio semen, y un médico que lo tomó en serio lo invitó a dar una conferencia sobre las bondades de la inseminación artificial.
Tampoco es casual que en “El nombre de la rosa”, el libro que desencadena todas las muertes sea el tratado sobre la risa de Aristóteles. El bibliotecario tiene miedo a la risa porque es un hombre dogmático. Aunque siempre pensé que en vez de esconder al grave Aristóteles debía haber escondido a Aristófanes.
El colmo de los malentendidos es, quizá, el de Salman Rushdie, que hizo un chiste sobre el Islam con sus “Versículos satánicos”, y lo condenaron a muerte.
Todo esto viene a que leyendo a Cela no paro de reírme. Y no puedo imaginar a Cela escribiendo sin una sonrisa en la boca. No creo que haya un post en la novela (perdón por el neologismo, Elías, pero es que me parece una novela de posts) que no nazca de una mirada irónica o socarrona. Sin embargo La colmena es una lectura obligada en muchos programas de lengua. Se lee con seriedad. He leído algún artículo elogioso que ve la realidad de los años cuarenta, o la subversión frente al franquismo, o el sentimentalismo en favor de los desheredados. Es decir, que igual que con tantos otros, hoy se impone una lectura dogmática de esta maravilla de libro.
Harold Bloom. El libro de J.
Milan Kundera. Los testamentos traicionados.
Umberto Eco. El nombre de la rosa.
Camilo José Cela. La colmena.