lunes, 16 de junio de 2008

Julien Sorel

Afirmamos que en el origen de un deseo siempre existe el espectáculo de otro deseo, real o ilusorio. Parece que esta ley experimenta numerosas excepciones. ¿No es la repentina indiferencia de Mathilde lo que inflama el deseo de Julien? ¿No es, algo más adelante, la indiferencia heroicamente simulada por Julien, más aún que el deseo rival de Mme. de Fervacques, lo que despierta el deseo de Mathilde? En la génesis de estos deseos, la indiferencia desempeña un papel que parece contradecir los resultados de nuestros análisis.

[...]

La indiferencia de la coqueta hacia los sufrimientos de su amante no es simulada pero no tiene nada que ver con la indiferencia común. No es ausencia de deseo: es la otra cara de un deseo de sí mismo. El amante no se deja engañar. Cree incluso entender en la indiferencia de su amada la autonomía divina de la que él se siente privado y que arde en deseos de conquistar. Esta es la razón de que la coquetería azuce el deseo del amante. Y a cambio, este deseo ofrece un nuevo alimento a la coquetería. Aparece el círculo vicioso de la doble mediación.

La «desesperación» del amante y la coquetería de la amada aumentan conjuntamente porque cada uno de los dos sentimientos está copiado del otro. Es un mismo deseo, cada vez más intenso, el que circula entre los dos. Si los amantes nunca llegan a ponerse de acuerdo, no es porque sean demasiado «diferentes», como sostienen el sentido común y las novelas sentimentales, sino porque cada uno de los dos es copia del otro. Pero cuanto más se parecen, más diferentes se imaginan. El Mismo que los obsesiona es concebido como el Otro absoluto. La doble mediación asegura una oposición tan radical como vacía, la oposición línea a línea y punto a punto de dos figuras simétricas y de sentido inverso.

René Girard. “Mentira romántica y verdad novelesca”.

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