La cultura de mi tiempo me recuerda al buldero de el Lazarillo. los honores y el estatus se ganan usando unos latines que nadie entiende y nadie puede juzgar. No hacía falta saber latín, bastaba imitarlo. Hoy, esos latines podrían ser el inglés. O podrían ser los palabros que todo el mundo se gasta en economía, o los palabros tecnológicos. La cuestión es aparentar que uno domina las cuestiones aunque no tenga ni idea.
En lo que todo el mundo coincide es en que los alemanes no han caído en la trampa de la crisis. La palabra alemán se ha vuelto un talismán, igual que finlandés se ha convertido en otro de la educación. Son los dos mantras que todo el mundo pronuncia sin ton ni son. Parece que hablar de uno o de otro nos da un billete directo al corazón de la verdad.
Las discusiones, por lo menos las discusiones de mi sociedad, son campeonatos y liguillas donde todo vale para llevarse la copa. Vale usar latines, jergas tecnológicas, aparentar y pronunciar mantras.
El premio es un estatus, una sensación de haber dominado en una discusión. El vencedor se lo lleva todo a casa, el aplauso, el silencio de respeto, la ovación, el paseo por el ruedo, las orejas, el rabo; la soledad del triunfo, también eso.
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