Los shuar viven en la selva, son parte la selva, y están en equilibrio con la naturaleza. Ellos usan los recursos para curar enfermedades, para vivir, y no la destruyen. Cuando han vivido en un área mucho tiempo se marchan para dejar que la naturaleza se regenere. La civilización, por el contrario, vive en el pueblo. El alcalde viste botas que le impiden caminar y mucho menos cazar, los americanos vienen a explotar el petróleo, cargan fusiles llenos de balas que destruyen el equilibrio de la selva.
“Un viejo que leía” novelas de amor trata de dos civilizaciones, la que convive en equilibrio con el mundo natural, la de los shuar, y la que lo explota con avaricia. Occidente es el ansia inútil de acaparar.
El protagonista vive a medio camino entre las dos civilizaciones. Antonio José Bolivar Proaño procede de la civilización pero no se ha manchado con ella, se fue a vivir a la selva con su esposa y después de un sinfín de ordalías, ella murió. Él sobrevivió a una mordedura de serpiente y los shuar lo adoptaron. Así llegó a ser parte de la selva, como un shuar.
Leyendo la novela desde Europa uno podría sentir que el propio lector, el consumidor de ficciones, pertenece a ese mundo destructor. Nosotros, los lectores, somos el mal. Pero Sepúlveda encuentra una redención. El anciano que vive y siente la selva, ama, a la vez, otra cosa. Ama las novelas que le traen de occidente, se interroga sobre los canales de Venecia y piensa que cosa es una gran ciudad. Occidente se salva, porque, aunque occidente explota sin cordura los recursos del mundo, es capaz, a la vez, de crear novelas de amor.