Lo mejor de Warburton es que sabe seleccionar de la historia de la filosofía los problemas más interesantes y sabe evitar lo más árido, quizá por eso deja de lado a Hegel.
La parábola que da nombre al libro no es la más interesante.
De Aristóteles recoge la idea del bien como "término medio". La virtud del ingenio está situada entre el vicio de la zafiedad y el de la bufonería; el valor, entre la cobardía y la temeridad.
Boecio tiene que sortear el probelma del libre albedrío con la predestinación a que nos somete un dios omnisciente. La resuelve diferenciando entre predestinación y presciencia. El tiempo no es igual para dios.
De Maquiavelo no llama tanto la atención su famosa frase "el fin justifica los medios" como la menos famosa de que la moral individual no vale para los gobernantes, o "pluralismo de valores".
Conocemos de sobra la duda cartesiana. Sus pruebas de la existencia de dios valen más como ejercicios mentales que como guías para el hombre de la calle.
Hobbes afirma en su Leviattan que el hombre es malo por naturaleza y que necesita ser limitado por un gobierno. Nos conviene firmar el contrato social porque el hombre en estado natural propende a la guerra y al caos.
Locke dice en su Essay on Human Understanding, que la mente es una tabula rassa donde la experiencia escribe su texto. O en otras palabras, no existen las ideas innatas. En su "Segundo tratado sobre el gobierno civil" justifica la rebelión contra el monarca cuando este no respete los tres derechos básicos (que copio la constitución de los EE.UU.) la vida, la propiedad y la búsqueda de la felicidad.
A Hume debemos uno de los famosos argumentos de la existencia de Dios, la teoría del diseño. Una creación como el mundo exige un gran creador.
Kant acepta de los empiristas (Locke, Hume) que existen juicios sintéticos a posteriori y juicios analíticos a priori. Su aportación son los juicios sintéticos a priori, entre ellos se encuentran los matemáticos. Su fundamentación de la metafísica de las costumbres aporta el imperativo categórico: obra de tal manera que quisieras que tus normas se convirtieran en universales.
Shopenhauer descubre tras las esencias la voluntad, y en el arte el conocimiento de la cosa en sí.
A la moral de Stuart Mill se le llama utilitarista, mide el valor de una norma conforme a la felicidad que esta puede traer (lo contrario de los principios kantianos).
Kierkegaard fue considerado después de su muerte como el primer existencialista. En lo uno o lo otro contrapone la existencia estética a la existencia ética.
Marx propone en "La ideología alemana" que la especialización del trabajo esclaviza y que cada hombre debería realizar muchas labores.
Nietzsche afirma que el mundo vive una moral enferma porque la han redactado los perdedores.
A.J. Ayer se propone en "Lenguaje, verdad y lógica" desmontar la verborrea de lo esencial en la filosofía. Sólo acepta dos tipos de juicios, los analíticos y los sintéticos, y tira el resto a la basura con su principio de verificación. Así destroza la metafísica, y la religión.
Sartre es un paladín empedernido de la libertad. No estamos determinados por nada (ni siquiera por el subconsciente como decía Freud) por lo tanto somos absolutamente responsables. A nuestras mentiras cotidianas las llama mala fe.
Wittgenstein da otro golpe mortal al pensamiento cuando dice que el lenguaje privado no existe, es algo público, y el pienso luego existo cartesiano carece de valor.
John Rawls publica su Teoría de la justicia en 1971. Propone como criterio para evaluar una norma la suposición que se aplique a un mundo donde nadie sabe que lugar le va a tocar. Lo llama la posición original.
Niguel Warburton. La caverna de Platón