Los libros dedicados a los niños suelen decir mucho de lo que el autor entiende por niños. Gombrich se sirve de la excusa para decir alguna perogrullada y para apelar al lector en lo que a veces sonaba a exceso de confianza.
Un elemento interesante es como intenta comprender el sentir de una época y pone ejemplos y comparaciones asequibles a los lectores de su tiempo. Un esfuerzo parecido al de Gaarder en El mundo de Sofía.
Lo mismo que a Asimov, a Gombrich le gusta explicar etimologías. A diferencia del primero, Gombrich no se pierde en el recuento interminable de los hechos. Sabe expresar el sentido, y el sentir de una época con una escena o una explicación que te transporta allí mismo como una oportuna máquina del tiempo.
La tentación más fácil e este ejercicio de compresión que era perderse en generalidades es también vencida. Es soberbia la colección de detalles, los nombres propios, las caracterizaciones. A destacar la reconstrucción de las cortes de Carlomagno o la de Luis XIV. Por eso uno puede leer esta Breve historia del mundo como una estupenda novela, con el añadido de la variedad.
Gombrich escribió Breve historia del mundo en 1935, bajo el gobierno de Adolf Hitler. Era judío pero vivió el conflicto desde Inglaterra donde ayudó al servicio de traductores.