jueves, 22 de enero de 2004

Una semana horrible



La semana ha sido agotadora. En un arrebato de celo profesional, que sufren periódicamente, los asistentes sociales mandan cartas a las familias gitanas amenazando con quitar la subvención si los niños no asisten a clase. De repente aparecen todos. Ninguno trae material, los gritos en algunas aulas se oyen desde el pasillo.

La compañera de matemáticas comenta sarcásticamente a una asistenta “vuestro trabajo es meterlos en el aula, el mío es echarlos. O eso o no puedo dar clase.”

A veces me siento como si fuera un profesor israelí dando clases a niños palestinos. No es sólo que no quieren saber nada de lo que yo ofrezco, sé que soy ajeno a su mundo; lo peor es que su forma de comportarse no es la de un niño, juzgan tu indumentaria, tus clases, tu tono de voz. Te hablan como si fueran tus amigos, te hacen carantoñas para engatusarte y no tienen problemas en recurrir al insulto.

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