Lalo y otros sociólogos han observado que los niños, por ejemplo son en general conservadores en lo que al arte se refiere. El guiñol y los títeres perpetúan los personajes de la antigua comedia italiana; las fábulas y los cuentos son vestigios de antiguos mitos; sus juegos son antiquísimos y universales (un niño del Tibet juega con las mismas piedrecitas y las mismas reglas que el chico argentino que en mi infancia jugaba al "inenti"), instrumentos antiguos como la cerbatana la honda o el arco siguen manteniendo su prestigio al lado de las ametralladoras; su música conserva arcaicos instrumentos, como el tambor y la matraca.
También son conservadores, aunque por otros motivos, los viejos, los hombres de campo y los grupos religiosos; razón por la cual nuestros sacerdotes siguen vistiendo como en la Edad Media y la inmensa mayoría de nuestras iglesias siguen haciéndose en estilo románico o gótico.
Son en cambio revolucionarios los adolescentes, los jóvenes, ciertos tipos de adultos (neuróticos, resentidos, inadaptados, inquietos, pobres).
Ernersto Sabato. El escritor y sus fantasmas.
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