El mundo de los mitos es apasionante. Sirven para todo, descubres porqué las cosas se llaman como se llaman y que el héroe de la película que tanto te gustó es la enésima repetición de Ulises, o de Heracles. También es triste descubrir que leemos una copia, y peor pensar como Bloom que leemos malas fotocopias y que cada refrito pierde calidad.
Empecé interesándome por ellos gracias a Vogler, que estudió mitología con Joseph Campbell y que han descubierto una forma de aplicar la mitología al arte de hacer guiones. La fórmula se llama “el viaje del héroe”, y creo que ya hablé de ello. Consiste en segmentar un guión en un número de fases hasta llegar a la victoria final, y en asignar a los personajes una función hasta completar casting. Es una fórmula muy práctica que quizá no sirva para entender porqué nos emociona el viaje del héroe, pero que explica a la perfección porqué todos los guiones de hollywood son el mismo.
Gracias a estas pesquisas y a la recomendación de una amiga, no he podido evitar llegar a las fuentes. Ando leyendo libros de mitología, y tengo que recomendar el de Robert Graves, porque es el que menos explica y el que más relata.
Los mitos griegos funcionan hoy día menos de lo que debieron funcionar en su momento. Parte de los mitos quieren explicar cosas a ignorantes, y se enfrentan con el problema de que el lector actual no es ignorante, no vale hablarle de la cigüeña o del ratoncito Pérez, como tampoco vale explicar que tal constelación la pusieron en nombre de tal o cual dios. A un nivel más profundo representan emociones. Todo el mundo conoce el mito de Narciso, le prohíben que mire su reflejo, pero él lo hace y se enamora de sí mismo. La historia sirve para ponerle nombre a una forma de ser, usted puede llamar Narciso a quien quiera y le entenderá. Yo imagino que en la antigüedad también era posible nombrar de ese modo al resto de los mitos.
Los mitos son muy peliculeros. Transmiten emociones muy parecidas a las de una película o una novela. Había héroes valientes y egoístas, y el público debía identificarse con aquellos periplos, generalmente salpicados de ocurrencias e ingenio, iguales a una buena película. Sólo cambia un detalle, que los hace poco digeribles, y que explica el hecho de que hollywood no se haya lanzado de lleno a convertirlos en celuloide: no responden a criterios morales; no ganan los débiles; los parricidas y los asesinos no pagan sus delitos. De algún modo, la atmósfera moral es inquietante. Ignoro si lo es de un modo absoluto o si simplemente no puedo ya dejar de lado la herencia de dos mil cuatro años de cristianismo.
Christopher Vogler. El viaje del escritor.
Robert Graves. Los mitos Griegos.
1 comentario:
holaa!! nose como llegue aqui!! ajajaja
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