Graham Greene dividía sus libros en divertimentos y obras serias. En el primer grupo encerraba casi toda su obra. Pero es una división que nunca compartí con él. Me gustan algunos de sus divertimentos mucho más que sus obras serias. Con Eduardo Mendoza es mucho más grave; sus tres libros de la serie “El misterio de la cripta embrujada” son lo mejor que tiene, pero todo el mundo dice que son meras travesuras.
Tengo dos libros que me gusta mucho leer a sorbos, uno es la colección de los ensayos de Montaigne, el otro la colección de las aventuras de Sherlock Holmes. Voy por rachas. A veces prefiero a Montaigne y a veces a Connan-Doyle. El primero me parece necesario, trascendente, tengo la sensación de que gracias a sus ensayos el mundo es mejor de lo que podía haber sido, y también siento que yo perdería mucho si no leyera a gente como él. En cambio Holmes no me parece necesario, me parece divertido. Lo leo porque es más entretenido que ver la tele.
Lo cierto es que cada vez que cojo un libro y lo leo, me muevo por un impulso que en un grado u otro se oscila entre esas dos fuerzas.
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