Las colonias americanas se rebelaron contra Inglaterra porque no podían aceptar la idea de pagar impuestos sin recibir a cambio una representación en el parlamento. La respuesta de Samuel Johnson durante el conflicto, tal como la recoge Boswell, fue “Estoy dispuesto a amar a toda la humanidad, excepto a un americano”.
Si hubiera estado tan atento a no disgustarle como debía haber estado, no sé cómo hubiéramos llenado estas horas de vigilia, pues, por desgracia, me metí en la controversia respecto al derecho de Gran Bretaña a imponer tributos a América, y quise razonar en favor de nuestros compatriotas del otro lado del Atlántico. Insistí en que América podía ser bien gobernada y que podía hacerle producir suficientes ingresos por medio de la influencia, como se veía en el caso de Irlanda, al mismo tiempo que se podía complacer al pueblo dándole una participación en la Constitución británica, con un grupo de representantes, sin el cual consentimiento no podría imponérseles ninguna carga. Johnson no podía soportar que me opusiera a su declarada opinión, que se había lanzado a defender con un calor extremado, y la violenta agitación en que le vi sumido al responderme, o más bien reprenderme, me alarmó tanto, que me arrepentí de todo corazón de haber sacado la conversación sobre el particular. Yo también me acaloré y el cambio fue grande: de la serenidad de la discusión filosófica en que hacía un momento nos habíamos empleado, gratamente, hasta este estado de ahora.
En religión Johnson decía que nadie tiene derecho a pensar por sí mismo, la religión lo hace por nosotros. Defendía la desigualdad fundamental de las personas, la diferencia de derechos, también la inferioridad de la mujer. Los pobres no deberían ser educados para que no se rebelasen. Todo eso es parte de Johnson.
James Boswell admiraba a su personaje. Nos cuenta cada una de estas perlas filosóficas en el contexto en que fue pronunciada. Nos habla de la pensión donde comían, o de la familia que les había invitado. Entre vinos y comilonas, Boswell tomaba apuntes. Definió a Johnson como un hombre colérico a causa de los humores, y también, como un hombre mal interpretado por sus contemporáneos.
A mi me parece que la mala fama de Johnson era merecida, y también, que su cólera no era fruto de sus humores, sino de una visión del mundo intransigente que sólo se puede sostener con malos modales, lo mismo que un mal gobernante sólo se sostiene con su ejército.
Boswell, por su forma de contarnos las cosas no era un buen cronista. Tuvo la suerte de conocer a un hombre muy superior a él intelectualmente, pero no tuvo la suerte de comprenderlo. Al lector siempre le queda la curiosidad de cual pudo ser la conversación, porque las líneas que Boswell recuerda no son muy interesantes. Fue una época evocadora, todas lo son. Además de Johnson pululan por las reuniones grandes hombres, Macaulay, Rouseau, Voltaire, John Wilkes, Sir Josua Reynolds, Gibbon, Oliver Goldsmith.
James Boswell. La vida del doctor Samuel Johnson.
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