viernes, 12 de septiembre de 2008

Mercantilismo

El dinero puede motivarnos de manera inmediata, pero las normas sociales son las fuerzas que pueden marcar la diferencia a largo plazo. En lugar de centrar la atención de los profesores, los padres y los alumnos en las notas, los salarios y la competencia, quizá fuera mejor infundir en todos nosotros el sentimiento de tener un objetivo, una misión, y el orgullo por la enseñanza. Para hacer eso está claro que no podemos tomar la senda de las normas mercantiles. Los Beatles proclamaron hace ya tiempo que «No puedes comprarme amor», y eso se aplica también al amor por la enseñanza: no se puede comprar, y si uno lo intenta, puede que acabe por ahuyentarlo.

¿Qué se puede hacer, pues, para mejorar el sistema educativo? Probablemente deberíamos empezar por reexaminar el currículo escolar y vincularlo de una forma más obvia a los objetivos sociales (la lucha contra la pobreza y la delincuencia, la mejora de los derechos humanos, etc.), tecnológicos (fomentar la conservación energética, la exploración espacial, la nanotecnología, etc.) y sanitarios (curas para el cáncer, la diabetes, la obesidad, etc.) que nos preocupan en la sociedad actual. De ese modo los estudiantes, profesores y padres podrían ver la importancia de la enseñanza y sentirse más entusiastas y motivados ante ésta. Habría que esforzarse más también en tratar de convertir la enseñanza en un objetivo en sí misma, y dejar de confundir el número de horas que pasan los estudiantes en la escuela con la calidad de la educación que reciben. Hay muchas cosas que pueden entusiasmar a los chicos -el baloncesto, por ejemplo-, y nuestro reto como sociedad consiste en lograr que deseen saber tantas cosas sobre los premios Nobel como hoy saben sobre los jugadores de baloncesto. No estoy sugiriendo que generar una pasión social por la enseñanza sea una tarea sencilla; pero si lo logramos, el valor obtenido puede ser inmenso.

Dan Ariely. “Las trampas del deseo

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