Acertar con una novela no debería ser igual que acertar a la lotería. En la lotería un número gana, pero el anterior y el siguiente no se llevan nada. El placer de una novela es más duradero que una sola jugada. No puede ser que gane porque elige matar al protagonista en un renglón y no en el siguiente. No se puede acertar con un golpe de mano. Si no hay trabajo no me interesa. Una novela es mucho texto para regalarle la gloria al autor por un verbo transitivo.
En el cuento se puede aceptar la jugada, de hecho, en el micro relato parece que ése es el único camino. O metes gol o no sirve.
Digo esto porque no me gustan los goles de último segundo de los autores que juegan a invertir planos, realidad o autorías. No me interesan los juegos metaliterarios de Auster en Ciudad de Cristal. El protagonista se hace pasar por Auster, o sea, por el autor, e investiga un caso. El anciano al que sigue traza letras en el plano de Nueva York que coinciden con la disertación que el autor hace unos capítulos antes, sobre la Torre de Babel. No me interesan esos juegos. No me interesa saber cuantos conejos esconde el sombrero. No me quedo a leer ni una línea para averiguarlo.
Me interesa el texto, el deje, el detalle. Me interesa que usa cada personaje para dormir, o como se mueve. En ese plano, Auster sí me resulta interesante. Por eso sigo leyéndolo. Sus goles me dan un tanto igual.
Paul Auster. "City of Glass".
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