Los humanos tenemos un punto que va más allá de la mera historia y del recuerdo. Si conoces a cualquier persona un poco a fondo ves que tiene un relato. Un relato no es sólo un recuento de hechos, para eso está la crónica, el informe. La narrativa tiene sus reglas y hay relatos que funcionan y relatos que no funcionan. La historia de un perdedor que se abre paso en su mundo y escala hasta la cima aunque nadie cree en él es una fórmula narrativa que funciona casi siempre. Otras fórmulas funcionan peor. La cuestión es que uno vive su vida como una fórmula narrativa. ¿Soy un pobre humilde que se abrió paso en la vida hasta llegar a conseguir su sueño? ¿Soy un tipo listo que compró preferentes y se metió en una hipoteca antes de la crisis y luego se llevó su merecido y cayó en lo más bajo? Las dos fórmulas valen, pero la segunda no conmueve en primera persona. La historia de la derrota está bien para un secundario, para el jefe malo, para el amigo envidioso.
Las narrativas complejas, las divertidas, son las que barajan dos proyectos. En la cigarra y la hormiga, cada uno de los dos tiene un plan, vivir al día y disfrutar el momento, o vivir pensando en el mañana. El placer de la historia está en que uno de los dos tiene el proyecto bueno y el otro está completamente equivocado. El placer está en que la hormiga puede acercarse a la cigarra y decirle “ya te lo había dicho”. El “ya te lo había dicho” es el final feliz de la narración. En cambio, la vida no tiene cortinilla de final, salvo la muerte. La cigarra en el mundo real no puede escuchar la lección porque no está ahí. En el mundo real los finales felices son temporales. La hormiga guarda trigo para el invierno, pero entonces el gobierno sube el impuesto del trigo y devalúa el valor de los ahorros de las hormigas y la cigarra descubre que más cuenta le trae volver a pasarse cantando el siguiente invierno. Entonces la cigarra le dice a la hormiga “ya te lo había dicho”. Y la historia no acaba ahí, porque queda otro invierno, y otro.
Cuando estuve en Estados Unidos descubrí, algo sorprendido, que el americano no compite nunca por pasar delante o por un asiento. En Madrid, se disputa el asiento a un jubilado si hace falta. La segunda cosa que me traje de Estados Unidos fue la afición a la serie “Dos hombres y medio.” Charlie y Alan, dos hermanos, confrontan dos formas de vivir a la vida. El primero se divierte mientras el segundo sufre y se preocupa, el primero ignora a los demás y el segundo vive para los demás, el primero se arriesga y el segundo tiene miedo. Me pareció una una lucha de hilos narrativos con un toque profundamente americano. Porque a veces pierde uno, casi siempre Alan, a veces pierde el otro; pero pueden ceder cortesmente el triunfo de su “proyecto narrativo”. Cuando hablo con un español, de vuelta en Madrid, no puedo imaginarme semejante elegancia cediendo el asiento. Me cuesta imaginar a un español que no ha triunfado y no ha dicho "ya te lo había dicho", o está por decirlo.
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