Millás reunió sus artículos de los años noventa para El País y otras publicaciones en un libro que tituló “Articuentos”. En estos artículos practicaba una forma de narrar que hoy día ha depurado hasta la perfección. Sus cuentos están envueltos en un ropaje formal impecable, un estilo convincente y fresco, bajo el cual encontramos, cuento tras cuento burlas del sentido común, gamberradas lógicas, mentiras imposibles de creer y barbaridades sin nombre.
El placer de leer los articuentos está en comulgar con sus tesis a pesar de sus mentiras. El lector es consciente de que los argumentos de Millás no pueden convencerlo de sus conclusiones, pero, a pesar de todo, no puede dejar de estar de acuerdo con Millás.
El peligro de tal grado de libertad es que, con frecuencia, sus artículos se quedan sin rumbo. Desprovistos de cordura hay ocasiones en que también se quedan sin significado, como globos que no van a ninguna parte. Ocurre en sus articuentos, y, cada vez menos, en las columnas que escribe los viernes.
Juan José Millás. Articuentos.
lunes, 23 de agosto de 2004
domingo, 8 de agosto de 2004
La levedad y el peso
Graham Greene dividía sus libros en divertimentos y obras serias. En el primer grupo encerraba casi toda su obra. Pero es una división que nunca compartí con él. Me gustan algunos de sus divertimentos mucho más que sus obras serias. Con Eduardo Mendoza es mucho más grave; sus tres libros de la serie “El misterio de la cripta embrujada” son lo mejor que tiene, pero todo el mundo dice que son meras travesuras.
Tengo dos libros que me gusta mucho leer a sorbos, uno es la colección de los ensayos de Montaigne, el otro la colección de las aventuras de Sherlock Holmes. Voy por rachas. A veces prefiero a Montaigne y a veces a Connan-Doyle. El primero me parece necesario, trascendente, tengo la sensación de que gracias a sus ensayos el mundo es mejor de lo que podía haber sido, y también siento que yo perdería mucho si no leyera a gente como él. En cambio Holmes no me parece necesario, me parece divertido. Lo leo porque es más entretenido que ver la tele.
Lo cierto es que cada vez que cojo un libro y lo leo, me muevo por un impulso que en un grado u otro se oscila entre esas dos fuerzas.
Tengo dos libros que me gusta mucho leer a sorbos, uno es la colección de los ensayos de Montaigne, el otro la colección de las aventuras de Sherlock Holmes. Voy por rachas. A veces prefiero a Montaigne y a veces a Connan-Doyle. El primero me parece necesario, trascendente, tengo la sensación de que gracias a sus ensayos el mundo es mejor de lo que podía haber sido, y también siento que yo perdería mucho si no leyera a gente como él. En cambio Holmes no me parece necesario, me parece divertido. Lo leo porque es más entretenido que ver la tele.
Lo cierto es que cada vez que cojo un libro y lo leo, me muevo por un impulso que en un grado u otro se oscila entre esas dos fuerzas.
martes, 3 de agosto de 2004
¿Basura?
Mis amigos dicen que los pensamientos de Pascal sirven para pensar. Ciertamente, no hay nada en el universo que no sirva de estímulo al pensamiento.
Borges. Inquisiciones
Borges vindica al lector a expensas, incluso, del escritor. Llevado a un extremo podría decirse que no hacen falta tantos grandes autores, hacen falta grandes lectores. Aunque no lo parezca, hay en Borges un filón profundamente democrático. Sin embargo, la versión más común de la cultura suele ser aristocrática. La cultura es un espacio reservado a una cuantos que, aunque meaban y se quitaban pelos de la nariz como los demás, no son los demás. Son más, elija usted mismo el superlativo que le guste, sublimes, elevados, ilustres, inimitables y blablabla.
Por desgracia, la versión que ha llegado a nuestras escuelas no es la democrática. El niño no descubre en los libros de texto a sus congéneres, a sus iguales, sino a superiores intocables ante los cuales tiene que realizar un número indefinido y generalmente agotador de genuflexiones para hacerse acreedor de un título académico. Es una pena que ese espacio escolar donde nuestra juventud se aburre indeciblemente sea raras veces un lugar de crecimiento y con frecuencia un taller de programación y lavado de cerebros.
La respuestas a nuestras trituradoras educativas suelen ser muy polares. Por un lado están los individuos sumisos que asumen el fracaso como una culpa propia, suelen suscribirse a una colección por entregas de las grandes obras de la filosofía occidental que guardan con esmero hasta que puedan leerse y que postergan una y otra vez sin llegar nunca a hincarle el diente. El escolar rebelde no suele hacer tal cosa, elige siempre lo contrario de lo que vio en la escuela, el cine que más le divierte de la cartelera y que explica el éxito de las grandes producciones de Hollywood y también se apunta a los programas de cotilleo, prensa amarilla, esoterismo y culebrones. Estos últimos no son los ignorantes, son los lectores y espectadores democráticos. Están hartos de arrodillarse ante personalidades excelsas y entienden que el placer y el conocer son auténticos cuando se hacen de igual a igual. Por eso sus héroes no son excelsos o magnánimos, sino gente corriente que diría lo mismo que nosotros. Después de siglos intentando convencernos de que lo importante era aquello que nos hace distintos de los demás animales, hemos descubierto que lo importante también es lo que nos hace iguales, así que los programas populares hablan de sexo, de paternidades, de vanidades...
Personalmente adoro toda la mal llamada televisión basura, y no tengo ningún problema para encajar cualquier exabrupto que se les antoje en el apartado de comentarios. Pero quería recomendar, además un libro de filosofía escrito al calor de estos tiempos, se titula “La verdad sobre todo”, de Matthew Stewart.
Stewart le da un repaso a todos los filósofos trascendentales con el desprecio que siempre se merecieron y nadie se atrevió a darles, por miedo a caer en el pelotón de los niños malos. Y es curioso, porque, aunque Stewart los maltrata sin miramientos, también los conoce a la perfección. Stewart era el niño malo de la clase, pero sobre todo, era el más listo. Su perspectiva es práctica, alegre, dicharachera. Se burla de aquellas barbaridades que siempre nos enseñaron como sagradas, y les toma el pelo a todos como un colega.
El resultado es que uno no sabe si está delante de un tabloide o de un libro de filosofía. Uno descubre, eso sí, que las 800 páginas no se hacen pesadas y que al final, resulta que con tantas burlas uno llega por fin a entender que era eso del hilemorfismo de Aristóteles o la duda cartesiana. Uno llega a comprenderlo lo mismo que pilla un chiste o se entera de cómo se programa la lavadora, con cierta intrascendencia, y claro, habrá quien diga de esa manera no vale.
Matthew Stewart. La verdad sobre todo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)