martes, 25 de diciembre de 2001

Videoteca básica de cine

Cuando escribo de cine invento poco. Casi todas mis críticas son deudoras de otros autores, nunca he querido otorgarme una originalidad que no tengo. Entre mis filias, son conocidas para mis amigos la de Borges, y algo menos conocidas la Augusto M. Torres y la de Mr. Cranky, el deslenguado crítico estadounidense que habla sin pelos en la lengua.

M. Torres fue un director malo en la única película que hizo, con José Luís Lopez Vázquez de protagonista. Pero nunca ha dejado de ser el mejor contador de películas que conozco en las estanterías de cine. En mi afán (casi siempre infructuoso) de razonar el placer de una lectura en función de unos rasgos he descubierto dos, su gusto por el uso del presente en sus disertaciones, lo que las hace intemporales, universales, y su irreprimible asociación de ideas. Cada detalle, actor, director, escritor le sirve para trazar una historia, para salirse, sin prurito del hilo de su exposición. Le sirve, en fin, para hacer algo que los que ya le leemos de largo consideramos un regalo.

Suelo quejarme de las críticas adjetivas, de esas opiniones que se resumen a una exclamación. M. Torres es un modelo de la crítica que ha superado ese punto. En este libro hay un par de ocasiones que se permite decir que la obra es sobresaliente, y cuando lo hace no se trata de un juicio de valor, es una mera constatación.

Augusto M. Torres. Videoteca básica de cine.

domingo, 23 de diciembre de 2001

Los mejores libros de 2001 según TIME

TIME Best & Worst 2001 -- Books
Fiction
1 EMPIRE FALLS
By Richard Russo
2 TRUE HISTORY OF THE KELLY GANG
By Peter Carey
3 HATESHIP, FRIENDSHIP, COURTSHIP, LOVESHIP, MARRIAGE
By Alice Munro
4 PEACE LIKE A RIVER
By Leif Enger
5 THE CORRECTIONS
By Jonathan Franzen
Non Fiction
1 JOHN ADAMS
By David McCullough
2 HOW I CAME INTO MY INHERITANCE
By Dorothy Gallagher
3 CARRY ME HOME
By Diane McWhorter
4 SEABISCUIT
By Laura Hillenbrand
5 PRESIDENT NIXON: ALONE IN THE WHITE HOUSE
By Richard Reeves

miércoles, 19 de diciembre de 2001

Mendoza y Baroja, (ii)

El final de la biografía es literario. Mendoza esta más apasionado con su propia narración de los hecho que con el héroe de sus pesquisas

«Así sobrevivió Baroja en los años ávidos y oscuros de la posguerra, habiendo abdicado de cualquier atisbo de ideología para defender un ideal ético estrictamente individual, suspendido en una especie de incerteza ética que sólo se justificaba por su senescencia, cada vez más irreal, una figura del pasado, un puente medio roto hacia otros tiempos duros pero más esperanzados, ahora reducidos a escombros.

Había sido un león de tertulia y letra impresa y ahora sólo era un viejecito caprichoso, de quien ya no intere- saban las opiniones atrabiliarias, sino las curiosidades.

No tenía vicios, aunque le gustaba el vino, fumar un cigarrillo de cuando en cuando y tomarse un whisky. Era muy goloso. Escribía todas las mañanas, paseaba por las tardes y leía hasta la madrugada. Le gustaban los gatos. y seguía publicando un promedio de dos libros al año.»


En el último capítulo de la obra, Mendoza revisa su versión inicial sobre el descuido de Baroja.

«Pero el hecho cierto es que Baroja, por decisión o por hacer de la necesidad virtud, entró a saco en el lenguaje literario de su tiempo y lo transformó de un modo tan radical que hoy en día el estilo barojiano nos parece perfectamente natural, y a quien lo inventó se le tacha de descuidado.

»Por su puesto, en su época pocos veían en la escritura de Broja un estilo. Los más pensaban que no tenía ningún estilo, y unos pocos, que escribía como un salvaje.»


En la última página del libro, Mendoza no esquiva la tentación de dar una moraleja, un sentido a todas las reflexiones que ha formulado. Una tentación, por cierto, a la que Baroja también era proclive.

«Porque lo que Baroja vio o intuyó fue que los lectores que leían sus novelas no eran los mismos lectores que varias décadas atrás habían leído a su admirado Dickens. Los lectores de Baroja, conscientemente o no, esto poco importa, no seguían las peripecias de Aviraneta como sus antecesores habían seguido las peripecias de Oliver Twist. Lo que ahora seguían los lectores era a Pío Baroja relatando las peripecias de Aviraneta. De este modo, Baroja estableció un pacto tácito con sus lectores, en virtud del cual éstos aceptaban, saboreaban y casi exigían los defectos obvios de Baroja: los arranques titubeantes de las novelas, las digresiones, las vías muertas, las idas y venidas de los personajes de ninguna parte a ninguna parte, en suma, una narración pura para la que las dotes naturales de Baroja no tenían rival. A cambio de esto, Baroja había de ser siempre el mismo, no sólo en los escritos, sino en la vida: el personaje de Baroja que en algún momento, sin saber muy bien cómo, él mismo había creado: Baroja-persona sólo era Baroja-escritor: un hombre huraño, prematuramente avejentado, irresoluto y confuso ante todo lo que no fuera la aventura de inventar y escribir: un hombre sin familia, casi inexistente, sin otra personalidad que la que los demás quisieran otorgarle: el anarquista, el fascista, el novelista famoso, el inofensivo tertuliano, el hombre malo de Itzea.»

Un narrador descrito por otro. El gusto de escribir

"A la hora de analizar la obra literaria de Baroja, poco hay que decir, porque los defectos son palmarios y las cualidades, en rigor, se reducen a no tener ninguna, lo que en cierto sentido es un gran mérito."


Sobre su ideología:

"Basta con leer varias de las muchas antologías de Baroja que circulan por las librerías para comprobar que la ideología de su autor depende de quien la haya hecho. visto en perspectiva, el balance no es halagüeño. Es fácil llegar a la conclusión de que Baroja, como persona, fue un tramposo, o un necio, o ambas cosas a la vez. Probablemente sólo fue un hombre apocado e inmaduro que, al igual que los personajes de sus novelas, se dejó llevar por los vientos y hasta por las brisas."


Es imposible sustraerse al implacable estilo barojiano.

"De resultas de ello, y por regla general, lo biógrafos de Baroja no sólo dan por válido todo lo que él dice sobre su persona y sus andanzas, sino que tienden a reproducir esos mismos datos en el inconfundible estilo de Baroja. Esto no tendría, ni en el fondo tiene nada de malo si no fuera porque Broja esra un manipulador nato de la realidad, y muy particularmente de su propia imagen."

"Es esta capacidad de ser minucioso sin motivo aparente lo que da verosimilitud a sus relatos, lo que hace sentir al lector que un dato tan superfluo por fuerza tiene que pertenecer al mundo de lo real y no al de lo inventado."


"En vista de lo cual hay que hacer conjeturas que suelen revelar más sobre la personalidad de quien las hace que sobre la persona a laque se refieren."


Eduardo Mendoza. Pío Baroja

sábado, 8 de diciembre de 2001

La conciencia

El estado consciente es la evolución última y más tardía de la vida orgánica y por consiguiente lo que ésta tiene de más inacabado y precario. Del estado consciente se derivan innumerables errores, que hacen que un animal, un hombre, sucumba antes de tiempo «pasando por alto el destino» según la expresión de Homero. Si no fuese el conjunto conservador de los instintos tanto más fuerte y, en su totalidad no sirviera como regulador, la humanidad sucumbiría a sus juicios equivocados y su soñar con los ojos abiertos, a su ligereza, a su superficialidad ya su credulidad, en una palabra, a su estado consciente: o mejor dicho, y sin eso ésta no existiría desde hace tiempo! Hasta que una función, no está plenamente desarrollada y madura, es un peligro para el organismo: ¡conviene que hasta tanto sea tiranizada con rigor! De modo que el estado consciente es tiranizado con rigor —y no en poca medida por el orgullo puesto en ella. ¡Se cree que aquí se encuentra el núcleo del hombre; lo que hay en él de perdurable, eterno, último, de más original! ¡Si toma el estado consciente como una capacidad fija y dada! ¡Se niega su crecimiento, sus intermitencias! ¡Se le considera como la «unidad del organismo»! Esta ridícula sobreestimación y desconocimiento de la conciencia ha surtido el efecto utilísimo de haber impedido un desarrollo demasiado rápido de la misma. Porque los hombres creían que ya poseían el estado consciente no se han esforzado mayormente por adquirirlo ¡Y así es aún hoy día! Es todavía tarea novísima y únicamente ahora perceptible por el ojo humano, apenas reconocible, la de incorporarse el saber y volverlo instintivo, —tarea que sólo perciben los que hayan comprendido que hasta ahora han estado incorporados únicamente nuestros errores y que todo nuestro ido consciente se refiere a errores.


Friedrich Nietzsche. La gaya ciencia